En la vida hay
momentos, encrucijadas, en los que te sientes en mitad de la nada. Yo estoy
perdida en un cruce de caminos, ya que, los pasos que una vez pensé que daría,
han desaparecido con el viento, y ahora, solo existo. Mi cabeza ha dejado
de funcionar, aunque los recuerdos permanecen causándome un fuerte dolor, como
si miles de agujas me atravesaran la piel lentamente. Cada una, con un
propósito. De pronto, es como si una niebla lo cubriese todo. Tu mente se
nubla y no sabes qué hacer. El miedo y la impotencia te invaden dejándote sin
respiración y con un sabor metálico de tus lágrimas en la boca. Porque ya no
son lágrimas cualquiera, son cada uno de tus miedos hechos realidad. No
puedes moverte, porque sientes que estás en un bosque rodeada de espinas y que,
al mínimo movimiento, se clavarán en ti. Miles de ojos te observan, parpadeando
al unísono, sin perder ninguno de tus movimientos. Como si te apremiaran a que
tomaras una decisión. Has visto como otras sombras antes que tú avanzaban por
uno de los dos caminos frente a ti, y solo deseas hacer lo mismo. En un
momento de lucidez, tomas una decisión, pero justo cuando pones un pie en el
comienzo del camino, te arrepientes y caes al suelo débil e ingenua. Solo
deseas tener el coraje suficiente para optar por uno de los dos senderos,
aunque sea el equivocado pero, lo sea o no, puedes hacer de algo malo, bueno.
Luchar y seguir adelante aunque no fuese la decisión que habías pensado.
Porque, por más que veas que todo está al revés de como pensaste, puedes darle
la vuelta a las cosas. Porque, tal vez, si sigues ese mal camino, te encuentres
un desvío que te lleve a lo que más deseas.
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