Las voces enmudecieron de pronto, la multitud calló
a la vez de que una musiquita ridícula comenzó a sonar procedente de mi bolsillo.
Recordé esa melodía que tantas mañanas acostumbraba a levantarme y hallé una
escasa esperanza. Abrí los ojos
temerosa, esperando encontrarme en mi habitación, pero hay seguía delante de la
muchedumbre atónita por el sonido que emitía la faltriquera que llevaba mi
pantalón.
Recordé inmediatamente el móvil, que mostré a todo
el mundo para que fuese escuchado con mayor vigor.
Nunca olvidaré la expresión de espanto que se dibujada en los rostros de aquellos
campesinos acostumbrados al leve tañer de los instrumentos de la época, pero
sus semblantes se turbaron aún más temerosos cuando vieron aparecer una montura
y un caballero totalmente negros que se abalanzaron contra los guardias y se
defendieron con torpes movimientos de los golpes de su atacante.
Cuando pude darme cuenta una mano firme me cogió por
el brazo y tiró de mí hacia el caballo, me ayudó a montarlo con torpeza, dio unas
fuertes estocadas más, para apartar a los hombres que me habían tenido retenida
y subió con presteza en el animal a la vez que emprendía el galope y nos
alejamos de aquella escena dejando atrás las voces del gentío que aún me
llamaban bruja.
El contacto con la armadura me apaciguaba pero solo
de pensar que aquel extraño hombre cruzaba mi espalda con su mirada me hacía estremecer,
¿qué intención tenía? ¿A dónde me
llevaba? ¿Quién era? ¿Por qué me había salvado?
Por fin oí su voz transformada en una orden para que
su corcel parara, era mucho mas dulce de lo que me esperaba, se dio cuenta de
mi sorpresa, carraspeo e intento hacerla más ronca, con lo que no pude reprimir
una carcajada, a la que él respondió desmontando del caballo y ofreciéndome
amablemente una mano para bajar.
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